El niño empezó a treparse por el corpachón de su padre, que estaba amodorrado en su butaca, en medio de la gran siesta, en medio del gran patio. Al sentirlo, el padre, sin abrir los ojos y sotorriéndose, se puso todo duro para ofrecer al juego del hijo una solidez de montaña. Y el niño lo fue escalando: se apoyaba en las estribaciones de las piernas, en el talud del pecho, en los brazos, en los hombros, inmóviles como rocas. Cuando llegó a la cima nevada de la cabeza, el niño no vio a nadie.
-¡Papá, papá! —llamó a punto de llorar. Un viento frío soplaba allá en lo alto, y el niño, hundido. -¡Papá, papá!
El niño se echó a llorar, solo sobre el desolado pico de la montaña. (Enrique Anderson Imbert, El gato de Cheshire, 1965)
-¡Papá, papá! —llamó a punto de llorar. Un viento frío soplaba allá en lo alto, y el niño, hundido. -¡Papá, papá!
El niño se echó a llorar, solo sobre el desolado pico de la montaña. (Enrique Anderson Imbert, El gato de Cheshire, 1965)
Il bambino cominciò ad arrampicarsi sul corpaccione del padre che stava insonnolito nella sua poltrona, nel bel mezzo della grande siesta, nel bel mezzo del grande patio. Quando lo avvertì, il padre, senza aprire gli occhi e sorridendo di nascosto, si indurì per offrire al gioco del bambino la solidità di una montagna. E il bambino cominciò a scalarlo: si appoggiava sugli speroni delle gambe, nel declivio del petto, sulle braccia, sulle spalle, immobili come rocce. Quando arrivò alla cima nevosa della testa, il bambino non vide nessuno.
– Papà, papà! -gridò sul punto di piangere. Un vento freddo soffiava là in alto, e il bambino, affondato, – Papà, papà!
Il bambino si mise a piangere, solo sulla desolata cima della montagna.
– Papà, papà! -gridò sul punto di piangere. Un vento freddo soffiava là in alto, e il bambino, affondato, – Papà, papà!
Il bambino si mise a piangere, solo sulla desolata cima della montagna.