Se celebraba la última cena.
– ¡Todos te aman, oh Maestro! -dijo uno de los discípulos.
-Todos no -respondió gravemente el maestro-. Conozco a alguien que me tiene envidia y que en la primera oportunidad que se le presente me venderá por treinta dineros.
-Ya sé quién es -exclamó el discípulo-. También a mí me habló mal de ti.
-Y a mí -añadió otro discípulo.
-Y a mí, y a mí -dijeron todos los demas. Todos, menos uno que permanecía silencioso.
-Pero es el único -prosiguió el que había hablado primero-. Y para probártelo diremos a coro su nombre sin habernos puesto previamente de acuerdo.
Los discípulos, todos, menos aquel que se mantenía mudo, se miraron, contaron hasta tres y gritaron el nombre del traidor.
Las murallas de la ciudad vacilaron con el estrépito, porque los discípulos eran muchos y cada uno había gritado un nombre distinto.
Entonces el que no había hablado salió a la calle y, libre de remordimientos, consumó su traición. (Marco Denevi, Falsificaciones, 1966)
– ¡Todos te aman, oh Maestro! -dijo uno de los discípulos.
-Todos no -respondió gravemente el maestro-. Conozco a alguien que me tiene envidia y que en la primera oportunidad que se le presente me venderá por treinta dineros.
-Ya sé quién es -exclamó el discípulo-. También a mí me habló mal de ti.
-Y a mí -añadió otro discípulo.
-Y a mí, y a mí -dijeron todos los demas. Todos, menos uno que permanecía silencioso.
-Pero es el único -prosiguió el que había hablado primero-. Y para probártelo diremos a coro su nombre sin habernos puesto previamente de acuerdo.
Los discípulos, todos, menos aquel que se mantenía mudo, se miraron, contaron hasta tres y gritaron el nombre del traidor.
Las murallas de la ciudad vacilaron con el estrépito, porque los discípulos eran muchos y cada uno había gritado un nombre distinto.
Entonces el que no había hablado salió a la calle y, libre de remordimientos, consumó su traición. (Marco Denevi, Falsificaciones, 1966)
Si celebrava l’ultima cena.
– Tutti ti amano, oh Maestro! -disse uno dei discepoli.
– Non tutti -rispose gravemente il maestro. – Conosco qualcuno che mi invidia e che alla prima occasione che gli si presenti mi venderà per trenta denari.
– So chi è -esclamò il discepolo. – Anche a me ha parlato male di te.
– E a me -aggiunse un altro discepolo.
– E a me, e a me -dissero tutti gli altri. Tutti, meno uno che rimaneva silenzioso.
– Però è l’unico – continuò quello che aveva parlato per primo. – E per provartelo diremo in coro il suo nome senza esserci messi precedentemente d’accordo.
I discepoli, tutti meno quello che rimaneva muto, si guardarono, contarono fino a tre e gridarono il nome del traditore.
Le mura della città vacillarono con strepito poiché i discepoli erano molti e ciascuno aveva gridato un nome diverso.
Allora quello che non aveva parlato uscì in strada e, libero da rimorsi, consumò il suo tradimento.
– Tutti ti amano, oh Maestro! -disse uno dei discepoli.
– Non tutti -rispose gravemente il maestro. – Conosco qualcuno che mi invidia e che alla prima occasione che gli si presenti mi venderà per trenta denari.
– So chi è -esclamò il discepolo. – Anche a me ha parlato male di te.
– E a me -aggiunse un altro discepolo.
– E a me, e a me -dissero tutti gli altri. Tutti, meno uno che rimaneva silenzioso.
– Però è l’unico – continuò quello che aveva parlato per primo. – E per provartelo diremo in coro il suo nome senza esserci messi precedentemente d’accordo.
I discepoli, tutti meno quello che rimaneva muto, si guardarono, contarono fino a tre e gridarono il nome del traditore.
Le mura della città vacillarono con strepito poiché i discepoli erano molti e ciascuno aveva gridato un nome diverso.
Allora quello che non aveva parlato uscì in strada e, libero da rimorsi, consumò il suo tradimento.