Luna / Luna

Jacobo, el niño tonto, solía subirse a la azotea y espiar la vida de los vecinos. Esa noche de verano el farmacéutico y su señora estaban en el patio, bebiendo un refresco y comiendo una torta, cuando oyeron que el niño andaba por la azotea.
-¡Chist! -cuchicheó el farmacéutico a su mujer-. Ahí está otra vez el tonto. No mires. Debe de estar espiándonos. Le voy a dar una lección. Sígueme la conversación, como si nada…
Entonces, alzando la voz, dijo:
-Esta torta está sabrosísima. Tendrás que guardarla cuando entremos: no sea que alguien se la robe. -¡Cómo la van a robar! La puerta de la calle está cerrada con llave. Las ventanas, con las persianas apestilladas.
-Y… alguien podría bajar desde la azotea.
-Imposible. No hay escaleras; las paredes del patio son lisas…
-Bueno: te diré un secreto. En noches como ésta bastaría que una persona dijera tres veces “tarasá” para que, arrojándose de cabeza, se deslizase por la luz y llegase sano y salvo aquí, agarrase la torta y escalando los rayos de la luna se fuese tan contento. Pero vámonos, que ya es tarde y hay que dormir.
Se entraron dejando la torta sobre la mesa y se asomaron por una persiana del dormitorio para ver qué hacía el tonto. Lo que vieron fue que el tonto, después de repetir tres veces “tarasá”, se arrojó de cabeza al patio, se deslizó como por un suave tobogán de oro, agarró la torta y con la alegría de un salmón remontó aire arriba y desapareció entre las chimeneas de la azotea. (Enrique Anderson Imbert, El gato de Cheshire, 1965)
Jacobo, il ragazzo stupido, era solito salire sul tetto a spiare la vita dei vicini. Quella notte d’estate il farmacista e la sua signora erano nel patio a bere una bibita e a mangiare una torta, quando sentirono che il ragazzo camminava sul tetto.
– Sss! -sussurrò il farmacista a sua moglie. – Lo stupido è di nuovo qui. Non guardare. Ci deve stare spiando. Gli voglio dare una lezione. Tienimi dietro nella conversazione, come se nulla …
Poi, alzando la voce, disse:
– Questa torta è buonissima. Dovrai metterla via quando rientriamo: non vorrei che qualcuno se la rubasse. – Come fanno a rubarla! La porta sulla strada è chiusa a chiave. Le finestre hanno le persiane serrate.
– E … qualcuno potrebbe scendere dal tetto.
– Impossibile. Non c’è scala; le pareti del patio sono lisce …
– Bene! Ti dirò un segreto. In notti come questa basterebbe che una persona dicesse tre volte “tarasá” perché, lanciandosi di testa, scivolasse sulla luce e arrivasse qui sano e salvo, prendesse la torta e scalando i raggi della luna se ne andasse felice e contento. Ma dobbiamo andare, che è già tardi e bisogna dormire.
Andarono dentro lasciando la torta sulla tavola e si affacciarono a una finestra della camera da letto per vedere cosa facesse lo stupido. Quello che videro fu che lo stupido, dopo aver ripetuto tre volte “tarasá”, si lanciò di testa verso il patio, scivolò come su un morbido toboga d’oro, afferrò la torta e con l’allegria di un salmone risalì in alto nell’aria e scomparve tra i comignoli del tetto.

Tradotto da Laura Ferruta
 

narradora