El niño que no sabía jugar / Il bambino che non sapeva giocare

Había un niño que no sabía jugar. La madre le miraba desde la ventana ir y venir por los caminillos de tierra con las manos quietas, como caídas a los dos lados del cuerpo. Al niño, los juguetes de colores chillones, la pelota, tan redonda, y los camiones, con sus ruedecillas, no le gustaban. Los miraba, los tocaba, y luego se iba al jardín, a la tierra sin techo, con sus manitas, pálidas y no muy limpias, pendientes junto al cuerpo como dos extrañas campanillas mudas. La madre miraba inquieta al niño, que iba y venía con una sombra entre los ojos. “Si al niño le gustara jugar yo no tendría frío mirándole ir y venir”. Pero el padre decía, con alegría: “No sabe jugar, no es un niño corriente. Es un niño que piensa”.
Un día la madre se abrigó y siguió al niño, bajo la lluvia, escondiéndose entre los árboles. Cuando el niño llegó al borde del estanque, se agachó, buscó grillitos, gusanos, crías de rana y lombrices. Iba metiéndolos en una caja. Luego, se sentó en el suelo, y uno a uno los sacaba. Con sus uñitas sucias, casi negras, hacía un leve ruidito, ¡crac!, y les segaba la cabeza. (Ana María Matute, Los niños tontos, 1956)
C’era un bambino che non sapeva giocare. La madre lo guardava dalla finestra andare e venire lungo i sentieri sterrati con le mani immobili, come cadute ai due lati del corpo. Al bambino i giocattoli dai colori sgargianti, la palla, così rotonda, e i camion con le loro rotelline non piacevano. Li guardava, li toccava, e poi se ne andava in giardino, alla terra senza casa, con le sue manine, pallide e non molto pulite, che pendevano vicino al corpo come due strane mute campanelle. La madre guardava inquieta il bambino che andava e veniva con un’ombra tra gli occhi. “Se al bambino piacesse giocare io non sentirei freddo guardandolo andare e venire”. Ma il padre diceva, con allegria: “Non sa giocare, non è un bambino comune. E’ un bambino che pensa”.
Un giorno la madre si coprì e seguì il bambino sotto la pioggia, nascondendosi tra gli alberi. Quando il bambino arrivò al bordo dello stagno, si chinò, cercò piccoli grilli, vermi, girini e lombrichi. Li metteva in una scatola. Poi, si sedette a terra e li tirò fuori ad uno ad uno. Con le sue unghiette sporche, quasi nere, faceva un piccolo leggero rumore, crac!, e tagliava loro la testa.

Tradotto da Laura Ferruta
 

narradora